Así que adelante, mis marinos. Espero lo disfruten.
Instrucciones para elegir tripulantes
Una reiteradísima tradición náutica inglesa dice: gentlemen never sail to weather, algo así como “los caballeros no navegan contra viento”. Podríamos agregar que tampoco lo hacen “gratis”, pues los británicos -respetables navegantes- son capaces de tirar bordes hasta los mismísimos infiernos por un buen negocio (el infierno, está comprobado, se encuentra a barlovento). Por todo esto, si acostumbramos a ir escorados contra los elementos y por deporte, deberíamos hacerlo bien acompañados, sobre todo si tenemos pretensiones competitivas. Si hay un amantillo que templar habrá un contramantillo que filar, todo a un mismo tiempo.
La escasez de tripulantes es un problema endémico y un arduo trabajo de selección. Los hay inhábiles de asistencia perfecta, presuntuosos pero eficientes, unas máquinas con vientos suaves pero que se marean automáticamente a los 18 nudos. Por eso, estará en la habilidad o capacidad del capitán encontrar además el individuo adecuado que encaje en su grupo. Como dice Kipling en la Ley de la jungla “Para la fuerza de la jauría está el lobo, para la fuerza del lobo está la jauría...”
También sucede que sólo con cambiar posiciones a bordo el equipo mejora; con que Pepe que estaba en la proa pase al piano y Juan que se encargaba de la escota pase a logística de restauración puede ser suficiente. Algunas veces ni siquiera la elección de un tripulante recae sobre sus virtudes para llevar el spinnaker sin que se desinfle ni una sola vez, sino por características “extra náuticas”. Por ejemplo, Alfonso era nuestro tripulante de fierro durante la década del 60 cuando navegábamos un Sparkman & Stephens de 35 pies por una virtud sobresaliente en esa época: tenía auto. En otra ocasión, durante un campeonato de invierno del 63, llevé a bordo a un inoperante bajo la promesa de presentarme a su hermana, una rubia electrizante. Para el campeonato de primavera lo desembarqué por incumplimiento.
A los finales de los 70´s, para una serie de campeonatos offshore en USA, me di cuenta de que el capitán tenía para la elección de nuestros tripulantes un criterio que por lo menos podía catalogarse de extraño. Quizá veía potencialidades invisibles porque a ojos vista no recaían sobre los más hábiles del club. Me fui dando cuenta que su elección tenía que ver más con los sentimientos hacia ellos que con capacidades técnicas. Este criterio, comúnmente observado desde el punto de vista estrictamente deportivo, si se lo mira como parte de una resolución estratégica puede tener sus enormes ventajas. Seguramente uno navega mejor entre amigos, más relajado, sin presiones de extraños, potenciando virtudes y suavizando defectos de cada uno. No hay que alardear de regatas que nunca se ganaron -o temporales que no lo fueron tanto- en busca de prestigio. Cuando se navega entre extraños siempre existe también una pérdida de energía por la pequeña o gran lucha de liderazgos que entre amigos ya está resuelto hace años. Los amigos siempre te ayudarán, confortarán ante la adversidad y serán menos críticos ante los errores. Pero más importante es que te respetarán y eso es lo que hace invencible a la jauría (me refiero al grupo y al barco; se los puedo asegurar).
Y si no es así, preferible será compartir la derrota entre compañeros que la victoria entre extraños o insensibles.
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